
Mientras la provincia se juega mucho rumbo a las elecciones, el peronismo bonaerense continúa mostrando su peor costado: una cúpula política encerrada en reuniones privadas entre Massa, Kicillof, Máximo Kirchner y sus allegados, que no logra dejar atrás sus peleas intestinas. Que hasta le hayan cortado la luz en la Gobernación justo durante el pico de tensión no parece un accidente; simboliza un sistema saturado, agotado y podrido por dentro.
La extensión del plazo para presentar listas ante la Junta Electoral fue el último capítulo de este caos: mientras cualquier agrupación o partido respetuoso de las reglas y plazos cumple con las fechas sin pedir prórrogas, al peronismo se le torna imposible organizarse y presentar sus candidatos a tiempo. Esto genera la eterna sensación de impunidad y privilegios que tanto critican, y deja afuera a quienes sí respetan las normas.
No hay ni lista ni consenso: los pesos pesados no logran acuerdo. Si la dirección está rota, ¿qué podemos esperar de los espacios locales? Las internas son incluso más duras allí. Lo que le pasó a Celeste Arouxet, que quedó a llorar solo porque arriba la encerraron y tuvo que tragarse una candidatura impuesta como la de Ezequiel Galli, es un síntoma claro. ¿Alguien cree que estaba contenta? Imposible.
La construcción de listas termina siendo solo un reparto mecánico de lugares para sumar votos, sin relación con militancia o ideas, y en medio de una confusión total: solo aparece el primer candidato, generalmente impuesto desde las intendencias, y el resto sigue esperando, negociando o discutiendo con Liliana, Eduardo Rodríguez, y otros nombres que se pasean por decenas de reuniones sin conclusión.
Cuando finalmente esas listas salgan –a veces pegadas con cinta y sin orden ni concierto–, nos vamos a preguntar cuánto durarán esas alianzas y qué gobernabilidad pueden asegurar si ni siquiera pudieron presentar a tiempo los candidatos. La respuesta es obvia: nada. El peronismo fragmentado no gana y no entiende que el desgaste interno solo los aleja más del poder real.
Y a nivel local la cosa tampoco mejora. El caso de Telma Cazot, por ejemplo, muestra a las claras la falta de renovación y el perpetuar de figuras que no han aportado nada concreto, sostenidas por favores políticos y lealtades caducas. Que la Cámpora y sus aliados no quieran dejarla renovar es un reflejo de la pelea por el control interno, más que de capacidades o propuestas. Al mismo tiempo, su cercanía a Liliana Schwindt y a Kicillof fortalece el llamado “sistema” de poder que margina cualquier voz nueva o crítica.
La política bonaerense está desgastada, fracturada y atrapada en sus propias peleas mientras la ciudadanía espera respuestas urgentes. Las internas peronistas no solo fracturan ese espacio, sino que contagian un desaliento general que amenaza con dejar a la provincia sin conducción clara.
El peronismo tiene que dejar de hacerse daño a sí mismo si quiere realmente ganarse el respeto y el voto de la gente. Hasta entonces, su futuro seguirá siendo un terreno de choques y bloques separados, mientras la provincia se sumerge en la incertidumbre. Y los vecinos, cansados, sólo pueden mirar y pensar: “Ya fue, basta de dramas. Queremos algo nuevo.”
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